Her voices

Eran las 6 de la mañana. Se levantó, caminando lentamente hasta la puerta del patio. Salió. Como si fuese un llamado que provenía de la nada, no se dio cuenta de por qué lo hizo. Sintió el aire del amanecer, y sintió una plena nostalgia: podía ver a los niños jugar, explorando todo lo que descubrían, lo que ya le parece hoy algo agobiador y denigrante.
Pero raramente, no tenía en sus pensamientos que ese pasado era mejor, no se le había pasado por su pequeña mente. Escuchaba sus voces, y estaba en una absoluta y soberbia paz, pues habían tantas cosas por hacer, habían tantas cosas pendientes.
No pensaba que el mundo era más grande, pensaba que el mundo era el mundo, que la gente no cambiaría, que luego de respirar, nos iríamos y dejaríamos de hacerlo. Pasaron las horas y no sucedía nada en aquella casa. Iluminaba el dorado sol de mediodía, que el visillo atenuaba. Volvió a suspirar, dejaba los sueños y las notas de ironías. A través de estos años, probó los tragos más dulces que creyó, vivió de lo que le ofrecía el mercado de la naturaleza humana: (se) hizo daño. Y sus nubes dulcemente grises lo cubrieron, la hiel contenida le destrozó la garganta, su mundo le cabía en los bolsillos. Sufría de cansancio y resignación. La misma con la que sonrió tantas veces. Su propia rudeza azotó sus fauces, con la misma que contuvo la humildad, y se volvió un trago amargo de persona, conoció a tantos hombres sin mirarlos a sus devotos ojos, sin llamarlos. Sus visiones vienen. Pero no tiene idea de lo que ve.

Dentro de la habitación estaba, jugando con sus monstruos y amigos imaginarios. Deliraba. Y no de fiebre. Nunca se lo perdonó. Nunca lo olvidó.

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