Un mundo de extraños

Quería contar una hermosa historia. Pero cada vez que abría la boca, las palabras huían de ella como mariposas grises. La gente, transformada en tropas y máquinas de pensar, no comprendían nada. Las manos se enredaban en su pelo y muerta de miedo, apretaba sus dientes e intentaba rezar. Entonces huía de todos y ensayaba frente al espejo, mientras lloraba, con amargura y odio a sí misma. Intentaba escribirlo en un papel, pero no, esa no es la gracia y lo quemaba, erizándosele la piel con cada llama que hacía arder sus palabras. Sentía extrañamente por los demás un humillante respeto que la hacía optar por un familiar silencio. Mientras todos, hundidos en sus asuntos, gustos, sentimientos y preferencias personales, decidían justamente continuar sus vidas normales, valorando las apariencias, o como dirían por ahí, los accidentes y no la esencia. Pero yo no hablo de Aristóteles ni de Platón, tampoco de lo inteligente o aplicada que soy (ironías) porque así no quiero llenar tus ojos ni menos mi corazón, y cada vez que lo intento, en mí anochece... Sus ojos se cierran del cansancio, pues cada día que pasa, sueña el doble de lo que actúa, escribe el doble de lo que habla, llora el doble de lo que puede refrescar su rostro.
Quería contar una hermosa historia, de primavera, amaneceres, de Dios, de brillo, amor, pasión y vocación, bondad, simpatía, ternura, felicidad, y no halla cómo conectar cada palabra para llevarlos desde sus vidas colapsadas hasta sus gritos de desesperación. Es que mientras dice que se alejen, se oye que necesita un abrazo, mientras la ira se apodera de sí, el viento susurra que se desmayará de tristeza mañana, en su lenguaje sutil, inentendible.
Quería contar una hermosa historia. Una que probablemente termine con que nacimos para brillar, volar y dejar todo atrás. Una que no busca explicaciones ni desea cumplir un objetivo, sino que simplemente hace que el sol salga siempre. Que dé alguna esperanza y haga sonreír.
Las plazas y las calles ya no podían verse más ocupadas, nubladas, lluviosas y peores, desde que contienen en ellas las ganas de hacer felices a quienes las frecuentan sin expresarse llenándose cada vez esa caja a presión.
Mientras se derrumba cada árbol y lo sostiene con fuerza, pide a Dios el valor de saber saludarles con una buena premisa... Todo se deforma rápidamente, sin contener la mediocridad, dejó de sentirse única y genuina. Ahora es parte de sus tropas y los ejércitos rápidos e inevitables del mundo. Sintió al fin humillación, sin ser amada y menos interesante. Mediocre y sin metas, sin amor, sin una esperanza de trascendencia, sin mostrar su brillo peculiar (el que tenemos todos) sin ser ella misma. Perdida en un mundo de extraños.
Ahora sí quiere volver atrás. Ahora quiere volver a nacer.

3 patadas voladoras:

Unknown 5 de septiembre de 2009, 23:15  

no sera que a veces no es que no tenemos la capacidad de hacer las cosas.. sino que tenemos miedo a tenr exito en ellas??

Gerty Cloverine 5 de septiembre de 2009, 23:54  

Es víable la opción del miedo al éxito... no lo había pensado así

Anónimo 27 de septiembre de 2009, 17:19  

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